Los guardianes

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Esta carta está descolorida por el tiempo

Nos encontramos con dos grandes estatuas en la costa. Isabella pareció enojarse al verlas, y el hereje apenas si les dirigió una mirada, como si ya las hubiera visto antes. Son extrañas las estatuas... tienen cuatro brazos, y una hendidura justo a la mitad. ¡Pero vaya que son gigantescas! Deben haber sido muy numerosos los hombres necesarios para tallar semejantes figuras, y el trabajo de los artesanos sin duda es excelente, ya que no parece haber vetas en los lugares en los que se apilaron los bloques de las estatuas. Tampoco se perciben marcas de cinceles en la piedra, si es que se usaron este tipo de herramientas. No sé cómo lograron tallar las lanzas que sostienen las figuras, pero fueron elaboradas con una habilidad impresionante. Inspeccionamos la costa durante un momento; Isabella pareció encontrar lo que buscaba, aunque no sé qué podría haber sido. Si bien los hombres estaban a punto de acampar, nos dijo que esa noche nos marcharíamos de regreso para no dormir bajo la sombra de estos “ídolos”. Me pareció escuchar que el hereje soltó una risita sofocada al oír esto, pero puede que solo haya sido mi imaginación. Ansío estrangular al hombre con sus propias cadenas. R. Velázquez